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Investigaciones sobre dragones fantásticos

lagarto cuello de abanico dragon

De la misma forma que existen personas aficionadas a la búsqueda de OVNIs en el firmamento o que entran en casas abandonadas buscando captar algún tipo de presencia espectral con sus aparatos dignos de cualquier cazafantasma. También existe gente que, ya sea por afición o de manera profesional, va a la caza de bestias cuya existencia real no ha sido demostrada.

Se trata de los criptozoólogos, auténticos cazadores de monstruos que se han dedicado a la búsqueda científica de todo tipo de criaturas míticas.

Uno de ellos, anterior a la invención del término, fue Frank Melland, un escritor de viajes que recorrió África en las primeras décadas del siglo XX recabando testimonios orales sobre monstruos, brujería y otras leyendas y que, en 1923, publicó un reportaje sobre el Kongamato, un ser volador que atacaba a los nativos Kaonde de la actual Zambia.

Posteriormente, este ser se identificó con otra leyenda africana, la de la serpiente voladora Namibian, que los nativos de la zona identificaron como un tipo de pterodáctilo. Lawrence Green, un perodista que viajó por la misma zona en 1959 explicaba en su libro “These Wonders to Behold” que esa criatura era un dragón.

También Percy Harrison Fawcett, miembro de la Real Sociedad Geográfica de Inglaterra, desaparecido en 1925 en la selva amazónica mientras buscaba lo que él llamaba la Ciudad Perdida de Z (su versión del Dorado, que curiosamente sí se encuentra dónde él creía), se atrevió a asegurar que existían dragones en los ríos sudamericanos, añadiendo que seguramente serían vestigios de razas que se creen extintas.

Pero no hace falta irse tan atrás en el tiempo para encontrar relatos de reptiles inmensos.

Una investigación bastante curiosa, y que se puede leer por internet, es la que se realizó en la región de Loreto (Perú), dónde se había avistado una especie de anaconda gigante.

El autor de la misma, el Biólogo Víctor Velázquez Zea, concluyó que realmente se trataba de una anaconda de tamaño descomunal, mucho mayor que lo admitido por la comunidad científica hasta entonces.

En general, los criptozoólogos actuales apuestan por la teoría de la conservación de las especies de la que hablaba Fawcett, es decir, afirman que es perfectamente posible que pequeñas poblaciones de saurios prehistóricos que vivían en zonas aisladas quedasen al margen de la extinción.

Para tiempo después se desarrollasen por su cuenta hasta nuestros días, probablemente reduciendo paulatinamente su tamaño, y apoyan esta afirmación en casos como el Dragón de Komodo, una leyenda que se pudo comprobar en 1926.