
Los huevos de dragón suponen un apartado aparte en la mitología acerca de los dragones, y a nadie se le puede escapar que, aunque la cultura popular ha caracterizado los dragones de muchas maneras distintas, en todos los casos los dragones han nacido de huevos y los huevos suelen mantener una tipología común:
son grandes, del tamaño de los de avestruz, o más grandes incluso, y escamosos, una característica que ha propiciado que hayan dado nombre a ciertas frutas, como los lychis (llamados fruta del huevo de dragón) o la pitahaya (fruta del dragón).
Huevos de dragones Mágicos y comestibles
Asimismo, los huevos de dragón ocupan un espacio bastante importante en las referencias literarias y cineatográficas (sagas de Eragon y de Harry Potter, por ejemplo) o televisivas, con momentos tan memorables como la eclosión de los huevos propiedad de Khaleesi en Juego de Tronos gracias al fuego de la pira funeraria de Khal Drogo.
No obstante, las referencias más importantes en la mitología a los huevos de dragón no están relacionados con la interpretación actual del mito draconiano, sino con una cultura prerromana, la cultura celta.
En la cultura celta, la posesión más preciada de un druida era un fósil del erizo de mar llamado Hemicidaris crenularis que ellos creían era un huevo de dragón, un objeto mágico que, según los cronistas romanos como Plinio el Viejo (autor de una interesante Historia Natural) a pesar de parecer de piedra, podía flotar contracorriente sobre el agua de ríos y arroyos, y que según los celtas se formaba cuando, una vez al año, miles de serpientes se juntaban para formar una especie de bola mágica de la que, una vez apartadas las bichas, sólo quedaba el huevo.
Aunque Plinio no explica para qué usaban los druidas ese huevo, el mito es similar al del huevo cósmico de los hindúes, del huevo de serpiente de los egipcios y del huevo órfico de los griegos.
Robert Graves comenta que los huevos de dragón de los druidas (o glainne nathair, huevo de serpiente dragón) se pintaban de color escarlata en honor al sol y se usaban para dominar con ellos a los dragones, que los celtas consideraban criaturas de los bosques.