
Dado que el dragón es uno de los animales más poderosos del folklore a nivel mundial y que el oro es uno de los metales más codiciados, es obvio que el dragón de oro, brillante como el oro o amarillo como el oro será un tema recurrente en los mitos.
De hecho, tanto es así que en China, donde el dragón fue asociado desde épocas tempranas al ejercicio del poder, el dragón imperial era representado siempre en un tono dorado, dando lugar a la denominación “Reino del Dragón de Oro” que ha pervivido hasta nuestros días.
El Dragón de Oro la novela y más
Gracias, por ejemplo, a la obra literaria de Isabell Allende, e incluso una de las primeras banderas chinas, y la primera oficial, contenían el dragón sobre fondo dorado, asociando el animal y el metal precioso como símbolos de poder.
No obstante, en este artículo nos centraremos en otro Dragón de Oro, el que desde hace casi 700 años protege a los habitantes de Gante, en Bélgica, desde lo alto de la Torre de Belfort.
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Se trata de una escultura de hierro recubierta de pan de oro que el rey noruego Sigrid Magnusson regaló al emperador de Bizancio en el año 1111, y que posteriormente Balduino IX llevó a Flandes junto con una leyenda curiosa:
A finales del siglo XII, un ejército de ciudadanos de Gante y Brujas que se habían apuntado a una cruzada, sitiaron Constantinopla y, tras entrar en la ciudad, se llevaron a Blanca, la hija del rey, que fue encerrada en una torre.
Pero no habían acabado siquiera de cerrar la puerta de la habitación de la princesa que se presentó un gran dragón dorado ante el cual los captores huyeron despavoridos.
El rey ofreció grandes riquezas a quién salvase a su hija de la bestia, y los de Brujas, que conocían la torre, entraron a escondidas, drogaron al dragón, lo mataron y se llevaron a la chica.
Pero cuando el rey les dio la recompensa huyeron a Flandes con el dinero y con la chica.
Allí, mandaron colocar en el campanario la figura del dragón dorado que estaba entre el botín para recordar la hazaña.
Y allí estaría aún si los de Gante no hubiesen vencido a los de Brujas unos años después, quitándoles el dragón, que quedó en la Torre de Belfort hasta nuestros días.