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El dragón occidental en la historia

Dragon occidental

Dado que la cultura occidental está plenamente influida por las Escrituras (no solo la Biblia Cristiana, sino también la Torah judía y el Corán) y por la cultura grecolatina, el dragón occidental suele ser un ser malvado y dañino. No es que no se trate de un ser sabio, como los dragones chinos, sino que su sabiduría le impide centrarse en lo importante, el amor a Dios:

El primer dragón del mundo, según la teología fue la serpiente del jardín del Edén, el ser traidor que engañó a Eva y sacó a los hombres del paraíso terrenal, un ser que creía ser más listo que Dios.

A nivel estético, hasta finales de la época del Imperio Romano, el dragón se identificaba con una serpiente (ya sea acuática, terrestre o voladora) y se representaba como un animal escamoso y alargado, muchas veces con poderes mágicos y capaz de matar con facilidad.

Índice

El dragón medieval

San Isidoro afirma que “el dragón es la mayor de todas las serpientes, e incluso de todos los animales que habitan en la tierra… con frecuencia, saliendo de sus cavernas, se remonta por los aires y por su causa se producen ciclones (…) Mata asfixiando a la víctima”.

Así eran los dragones griegos, como la Hidra, y los de muchos otros pueblos sometidos por Roma.

No obstante, el dragón medieval, que es el que ha pervivido hasta hoy, es bastante distinto a una serpiente, y eso se debe a que, ya desde los primeros siglos de la Iglesia, en pleno proceso de extensión del cristianismo. La cultura grecolatina se fue mezclando con mitos germánicos, celtas, egipcios y africanos, configurando poco a poco la imagen (física y de carácter) de los dragones occidentales actuales.

El primer dragón medieval aparece en el mito de Beowulf, cuyo héroe se enfrenta a un ser similar al descrito por San Isidoro, pero con dos añadidos importantes: escupía fuego y custodiaba un tesoro.

Esos detalles, unidos a la sugerencia de que si los dragones volaban en los mitos debían tener alas y a la tendencia de los ilustradores a añadir cabezas y patas a las serpientes.

En las miniaturas, para hacerlas más monstruosas, configuraron la imagen del dragón como un ser gigantesco, alado de cabeza grande y dentada y patas con garras, cuya avaricia le lleva a robar joyas y otros objetos valiosos y custodiarlos durante toda su vida.

Esta imagen se extendió por Europa de Norte a Sur y se impuso a la del dragón-serpiente a lo largo de los siglos XII y XIII.